miércoles, 26 de noviembre de 2014

El musgo de la roca que respira sobre el agua


Los rostros esperan siempre jóvenes, con los brazos abiertos. Ya llevan tanto tiempo bajo el agua maquillada por el sol, que la estampa de los gestos más violentos provoca encanto. Las ex pololas creen en el futuro y te dicen al oído que el tiempo se detendrá, mientras el sol se pone. Todos confiábamos en que el amor y/o un título sellarían el feliz para siempre; Disney alza las manos con las palmas abiertas. Las amantes imposibles sobreviven bellas, como a los dieciséis años, siempre y cuando no te las topes ahora en la calle. Había miedo, pero se combatía fumando junto a un amigo, o en el aire viciado que juguetea entre dos bocas que bailan;  y en el peor de los casos, la frase cliché salvaba triunfalmente. A las escenas gloriosas hay que irlas maquillando, para que perduren, ensoñadoras. Miro mi mano bajo el agua, vislumbrando desde el lugar en donde inicia la línea, porque ahora hay que saber pisar bien; el camino es bello desde el aire.
Hay que sumergirse hasta el fondo.
Hubo cadáveres abandonados. En el parque de diversiones, hay una casa fantasma a la cual nunca quise entrar. Todo era sonrisas para una revista de moda nunca publicada. No soñé en la habitación roja, ni con la joven ni con el enano de David Lynch; las pistas las tuve que buscar solo, aún las busco, cada vez con mayor desencanto.
El dolor es bien recibido solo después, cuando te amarra con una caricia: el humo de los niños de octavo básico, fumando a escondidas en el bus, empañaba el resplandor de la puerta abierta. Ahí ensayaban los gemidos y la ebriedad. Al final de ese viaje, todos sabíamos... había que ser fuertes. Los cuatro años de la media perdidos, pensaban que eran los más choros. Deben seguirlo creyendo, ahora que ya asumieron los ritos del fútbol y del Antiguo Testamento. De todas maneras, apenas pude me uní al baile en el fuego. La mitad sumergida de la roca con musgo, no encuentra las diferencias con su otra cara.




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