El
musgo de la roca que respira sobre el agua
Los rostros esperan
siempre jóvenes, con los brazos abiertos. Ya llevan tanto tiempo bajo el agua
maquillada por el sol, que la estampa de los gestos más violentos provoca
encanto. Las ex pololas creen en el futuro y te dicen al oído que el tiempo se
detendrá, mientras el sol se pone. Todos confiábamos en que el amor y/o un
título sellarían el feliz para siempre; Disney alza las manos con las palmas
abiertas. Las amantes imposibles sobreviven bellas, como a los dieciséis años,
siempre y cuando no te las topes ahora en la calle. Había miedo, pero se
combatía fumando junto a un amigo, o en el aire viciado que juguetea entre dos
bocas que bailan; y en el peor de los
casos, la frase cliché salvaba triunfalmente. A las escenas gloriosas hay que
irlas maquillando, para que perduren, ensoñadoras. Miro mi mano bajo el agua,
vislumbrando desde el lugar en donde inicia la línea, porque ahora hay que
saber pisar bien; el camino es bello desde el aire.
Hay que sumergirse
hasta el fondo.
Hubo cadáveres
abandonados. En el parque de diversiones, hay una casa fantasma a la cual nunca
quise entrar. Todo era sonrisas para una revista de moda nunca publicada. No
soñé en la habitación roja, ni con la joven ni con el enano de David Lynch; las
pistas las tuve que buscar solo, aún las busco, cada vez con mayor desencanto.
El dolor es bien
recibido solo después, cuando te amarra con una caricia: el humo de los niños
de octavo básico, fumando a escondidas en el bus, empañaba el resplandor de la
puerta abierta. Ahí ensayaban los gemidos y la ebriedad. Al final de ese viaje,
todos sabíamos... había que ser fuertes. Los cuatro años de la media perdidos,
pensaban que eran los más choros. Deben seguirlo creyendo, ahora que ya
asumieron los ritos del fútbol y del Antiguo Testamento. De todas maneras,
apenas pude me uní al baile en el fuego. La mitad sumergida de la roca con
musgo, no encuentra las diferencias con su otra cara.
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