viernes, 14 de noviembre de 2014

Cada cierto tiempo, subiré nuevos textos

Después de la catástrofe


Sobre el terremoto
uno aprende a afirmarse  los dientes
 respetando un ritmo pausado,
la misma calma que te faltó
cuando  tu oreja anterior  recibía los gritos
de un viejo mendigo con su saco al hombro.

Dicen que es inteligente convivir
con los alambres que ahora sujetan nuestra carne
y asumir que nuestra cama chirriante está en la ensenada
de tierra desmembrada y humedad violenta.
En un lugar que nos habitúa a respirar entre temblor y temblor
solo nos queda estar con los ojos abiertos,  las manos con guantes de trabajo
y las sábanas continuamente sudadas.

Anoche, el viejo pasó
iba con un saco pequeño y agujereado.
Cuando se iba a poner a gritar
—y ante su perplejidad—
lo obligamos a sentarse ante el té humeante.
Debiera haber terminado ahí
pero su grito vino desde el fondo de las tazas
desde las paredes y desde las vibraciones de nuestros alambres.
Al ver el saco en el suelo, un niño gimió desde la última habitación
y tras los golpes de la puerta, nuestra vieja vio a agentes del gobierno
 armados.
Cerramos las puertas para terminar la once
puse más azúcar al té, para olvidar el sabor metálico del miedo.


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