Bajo llave
El piso de vidrio trizado humea
bajo nuestro. Aún quedan hojas en pie, les queda algo de sangre. Ellos no
quieren ver el horror, pero ¿cómo?, si bajo el lago hay un incendio, que
derrite la capa de hielo, crepitando, como cuando escuchaba los relatos
apocalípticos en boca de una niña, trastornada por el evangelio. Esas imágenes
pintaron en mi niñez el temor absurdo al castigo de Dios, si pensaba algo
impuro, fuera de mi entendimiento. El
subterráneo en la casa antigua escondía los muebles, muy antiguos, en el que
desarmaba la cabeza del reloj cucú, quizás intuyendo la mecánica temporal del
engaño; las revistas y libros prohibidos estaban ahí, esperando a que pudiera
unir sus letras. En el suelo, una estampa religiosa me asustaba de manera
incomprensible. Entonces corría y temía explorar, hasta ya cuando crecí. El
santo del cuadro, aureolado y obscenamente puro, me indicaba que “no”, moviendo
su dedo índice; o tal vez fuera una ilusión al bizquear mis ojos. La puerta
cerrada con llave tiene bisagras mohosas, y el vidrio cede ante el incendio que
se libera.
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