domingo, 9 de noviembre de 2014

Bajo llave



El piso de vidrio trizado humea bajo nuestro. Aún quedan hojas en pie, les queda algo de sangre. Ellos no quieren ver el horror, pero ¿cómo?, si bajo el lago hay un incendio, que derrite la capa de hielo, crepitando, como cuando escuchaba los relatos apocalípticos en boca de una niña, trastornada por el evangelio. Esas imágenes pintaron en mi niñez el temor absurdo al castigo de Dios, si pensaba algo impuro, fuera de mi entendimiento.  El subterráneo en la casa antigua escondía los muebles, muy antiguos, en el que desarmaba la cabeza del reloj cucú, quizás intuyendo la mecánica temporal del engaño; las revistas y libros prohibidos estaban ahí, esperando a que pudiera unir sus letras. En el suelo, una estampa religiosa me asustaba de manera incomprensible. Entonces corría y temía explorar, hasta ya cuando crecí. El santo del cuadro, aureolado y obscenamente puro, me indicaba que “no”, moviendo su dedo índice; o tal vez fuera una ilusión al bizquear mis ojos. La puerta cerrada con llave tiene bisagras mohosas, y el vidrio cede ante el incendio que se libera.

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