Teleserie sin rating
La pregunta resuena,
iluminada por el rostro del hombre que me acosa dentro de este lugar, emparedado de ojos y cámaras. Es salvaje,
igual que el grupo de personas que esperan el sonido de mi boca, muchos
impotentes ya con la respuesta en las suyas. Aline, en medio de ellos, debe
estar intentando controlar el nerviosismo de sus manos. Debe preocuparle el ser
parte de la inspiradora historia que han presentado hasta el hartazgo en el
canal —la del pescador, su esposa abnegada
y una mediagua plagada de cuentas— y que medio
Chile está pendiente de sus reacciones. Escucho el tambor que lleva el ritmo de
mi corazón y pone expectantes a los observadores.
-¿Se retira?- el hombre, que intenta
ser un clon de don Francisco, remarca la pregunta con una mirada intensa,
justificado por un sonido de fondo destinado a causar expectación. Cargo con
una familia y sus sueños en mi espalda, y nunca he tenido una oportunidad para
demostrarles a todos que puedo ser un ganador. Miro alrededor y espero un
atisbo de intuición en la selva de rostros o que la montonera de palabras en mi
mente se ordene.
— Edmundo,
ponte las pilas y muévete rapidito, por último para que tus hijos aprendan a
decirte papá…— Las
paredes entre los sets de grabación son de mala calidad, a ratos se entrometen
voces impertinentes de personajes lateros en esas miniseries lloronas de matinal.
Don Francisco está aterrado, el
maquillaje no logra ocultar el sudor de su frente. Desea verme caer. He sido el
único capaz de llegar hasta acá, y sabe que de mí depende su cuello, solo mi
derrota le puede asegurar la permanencia del programa; aún cuando gracias a la
representación de mi historia se haya
elevado el rating durante los últimos dos programas, y por supuesto, a los
llantos de mi mujer desde nuestra casa, perdida en algún barranco de cerro. La
música de tensión invade el ambiente, y alrededor veo un circo romano deseoso de espectáculo.
Los espectadores creen que se calcinan junto a mí, imaginan que están acá, en
mi lugar, con la ventaja de que las puertas de salida, para ellos, no están
cerradas. Ya conocen de memoria mi historia, tanto que mi mujer y mi
población ya la deben sentir suyas.
—¿Me la repite, por favor? — La Aline
debe estar deseando hablarme a la oreja tan sólo para decirme que está nerviosa.
Su silueta se siente como un trozo de hielo contenido.... —El presentador
desglosa la oración en frases y estas en sílabas remojadas en confusión. No sé
de qué me está hablando.
—Debería
dejarte solo, a ver si te la podrías con tu hija e hijo que necesitarán pagar
su universidad, así me gustaría verte.
—¿Hasta
cuándo los dos no paran de discutir? Me tienen chata. Ojala mi pololo u
cualquier otro me hiciera un hijo; cualquier cosa para irme de acá y dejar de
escuchar sus peleas…
— ¡Yesy!
Vuelve inmediatamente para acá oye…
Aline debe estar a punto de llorar. Tengo
que retirarme, por último irme con unas gambitas para regodearnos un par de
meses. Nadie me trataría de cobarde, al contrario, seremos los héroes de la
población, pero… ¿y la fama?
—Cómo me
gustaría tener un amante, para dejarte botado con los cabros. Gracias a tu
indiferencia, no pudimos rescatar al Johan de sus malas juntas…No, huevón, hace
semanas que dejó de jugar a la pelota, cuando lo echaron del club. Si
estuvieras más involucrado, quizás nos hubiéramos dado cuenta a tiempo.
— Sabes,
siempre me agarro con mi mami por estarte defendiendo, pero tiene la razón. No
me importa que te enojes, nadie te dice nada solo para que no te enojes, pero
me da lo mismo. Yo ya estoy grande y en edad de trabajar, pero te pido un poco
de preocupación por la vieja, antes que te quedes solo…
Lo más cerca de la fama que estuve, fue el
postular al reality. Hice la fila durante dos horas, hasta que llegó mi turno.
Me pusieron ante una cámara, respondí todo lo que ellos quisieron y nunca me
llamaron.
Vuelvo en mí, ojala terminen el
ensayo luego en el otro lado, me sacan de este lugar. El presentador me dice
que ya no hay más tiempo, más encima acabé con todos mis comodines. La cámara
enfoca a Aline en un primer plano, al niño que se mueve inquieto en sus brazos,
como si estuviera en otra parte, en un mundo de programas infantiles.
¿Respuesta definitiva? Sí. Luces por todos lados y un mar de gritos, el
presentador oculta su decepción en un enorme grito de alegría.
—Ahora, supongo que por fin te irás a
sentar a comer con nosotros—dice María, tapándome la pantalla. Toma el control
remoto de mis piernas, la apaga. Me levanto del sillón, y en la mesa están la
Yesy y el Johan. Vuelvo a mirar el televisor en vano, ya que la oscuridad del
cristal ha absorbido los destellos, la música, la emoción. Al sentarme a la
mesa, no ocurre nada; no hay música de tensión, enfoques de primer plano ni voz
en off.
Parece una teleserie sin rating.