Después de la
catástrofe
Sobre los
terremotos
se acostumbra a
afirmar los dientes
levantando la
casa devastada con capas de pintura
con la ensayada
calma que le faltó a mi vieja
un día de su
juventud
cuando recibió los gritos
de un
desconocido, que en el masticar sin pausas
del alimento de
rostro demacrado y sin memoria
demostraba su
instrucción en la insalubre cocina de la persuasión.
Los gritos en mi
oreja susurraban:
es inteligente aprender a convivir con los
alambres que sujetan la carne
acostumbrarse a que nuestras camas están en la ensenada
de tierra
desmembrada y humedad violenta.
En un lugar que
nos habitúa a respirar entre temblor y temblor
solo te queda
estar con los ojos ciegos, la brocha
resignada
y las sábanas
llorosas y dopadas después del horror.
Anoche, el
desconocido apareció, acabado
mordiendo con sus
encías la luz acusadora de los faroles
Sus despojos
quedaron al descubierto
lo invitamos a
sentarse ante el té humeante
el tópico era
decir que cada amanecer tapizaba al anterior
pero los
amaneceres rebotan unos con otros:
su grito reaccionario vino desde el fondo de
las tazas,
detrás de la
pintura reciente en las paredes
desde las vibraciones de nuestros alambres.
Una niña gimió
desde la última habitación
tras los golpes de la puerta, nuestra vieja
creyó ver
fantasmas de agentes del gobierno en sus años
mozos.
Los temblores
descascaran la pintura permanente
se mezclaron con
el cemento silencioso
en la estructura
de las ciudades latinoamericanas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario